ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 4 de mayo

III de Pascua


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 5,27-32.40-41

Les trajeron, pues, y les presentaron en el Sanedrín. El Sumo Sacerdote les interrogó y les dijo: «Os prohibimos severamente enseñar en ese nombre, y sin embargo vosotros habéis llenado Jerusalén con vuestra doctrina y queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre.» Pedro y los apóstoles contestaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen.» Entonces llamaron a los apóstoles; y, después de haberles azotado, les intimaron que no hablasen en nombre de Jesús. Y les dejaron libres. Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre.

Salmo responsorial

Salmo 29 (30)

Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado;
no dejaste re?rse de m? a mis enemigos.

Yahveh, Dios m?o, clam? a ti y me sanaste.

T? has sacado, Yahveh, mi alma del seol,
me has recobrado de entre los que bajan a la fosa.

Salmodiad a Yahveh los que le am?is,
alabad su memoria sagrada.

De un instante es su c?lera, de toda una vida su favor;
por la tarde visita de l?grimas, por la ma?ana gritos
de alborozo.

"Y yo en mi paz dec?a:
""Jam?s vacilar?."" "

Yahveh, tu favor me afianzaba sobre fuertes monta?as;
mas retiras tu rostro y ya estoy conturbado.

A ti clamo, Yahveh,
a mi Dios piedad imploro:

?Qu? ganancia en mi sangre, en que baje a la fosa?
?Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad?

?Escucha, Yahveh, y ten piedad de m?!
?S? t?, Yahveh, mi auxilio!

Has trocado mi lamento en una danza,
me has quitado el sayal y me has ce?ido de alegr?a;

mi coraz?n por eso te salmodiar? sin tregua;
Yahveh, Dios m?o, te alabar? por siempre.

Segunda Lectura

Apocalipsis 5,11-14

Y en la visión oí la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: «Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero,
alabanza, honor, gloria y potencia
por los siglos de los siglos.» Y los cuatro Vivientes decían: «Amén»; y los Ancianos se postraron para adorar.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 21,1-19

Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ?no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.» El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.» Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «?Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ?me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ?me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ?me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «?Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. «En verdad, en verdad te digo:
cuando eras joven,
tú mismo te ceñías,
e ibas adonde querías;
pero cuando llegues a viejo,
extenderás tus manos
y otro te ceñirá
y te llevará adonde tú no quieras.» Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homil?a

El Evangelio de la liturgia de hoy narra la tercera manifestación de Jesús resucitado: al amanecer -es el comienzo de un nuevo día-, Jesús se acerca y, llamando "muchachos" a los discípulos, les pide de comer. Aquellos siete le confesaron toda su impotencia: ni siquiera tenían los cinco panes y los dos peces que habían presentado a Jesús en la primera multiplicación de los panes, precisamente allí, a orillas del mar de Galilea. Jesús, con la autoridad de su amistad, les invitó a echar las redes al otro lado. Obedecieron sin ofrecer más resistencia que la razonable, y la pesca fue milagrosa, desmedida. Esta extraordinaria experiencia hizo exclamar a uno de los discípulos, al que Jesús amaba: "¡Es el Señor!". Simón Pedro, al oír la proximidad del Señor, se da cuenta de su indignidad -le había traicionado tres veces- y nada rápido hacia Jesús, mientras los demás le siguen con la barca llena de peces. Cuando llegan a la orilla, ven un fuego con pan y peces preparados por el Señor: Jesús les invita a la Santa Liturgia que él mismo prepara y acoge, pidiendo a los discípulos, sin embargo, que traigan también los peces milagrosamente pescados, como para hacerles parte activa de la celebración. La escena es sencilla, pero también llena de asombro por lo familiar de la situación. Y hay una pregunta que se impone. La de Jesús a Pedro: "Simón de Juan, ?me amas más que éstos?". Jesús pregunta a Pedro por el amor. No le recuerda la traición de unos días antes; el amor cubre un gran número de pecados. Y Pedro, que también está lleno de vergüenza ante él, responde rápidamente: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Esa pregunta repetida tres veces significa siempre. Cada día se nos pregunta si amamos al Señor. Cada día se nos confía el cuidado de los demás. La única fuerza, el único título que nos permite vivir es el amor al Señor. Jesús dice de nuevo a Pedro: "Cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías". Puede que Pedro recuerde sus años de juventud, pero Jesús añade: "Cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras". El Evangelio explica que se está hablando de su muerte. Y también de cada uno de nosotros: el Señor no nos deja solos. Ese amor sobre el que se nos interroga compromete al Señor Jesús antes que a nosotros. Es él, en efecto, quien nos amó primero y nunca más nos abandonará, aunque "otro nos ciña y nos lleve adonde nosotros no queramos". Lo que cuenta es la fidelidad a aquel alimento santo a orillas del lago de Galilea, a la Santa Liturgia del domingo, que tiene sabor a eternidad, la eternidad del amor de Jesús por la Iglesia, por la Comunidad, por cada uno de nosotros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.